lunes, 16 de julio de 2018

Cuando murió mi padre...

Cuando murió mi padre yo tenía veinticuatro años menos unos días, y cuando murió mi madre habían pasado dieciséis días desde que cumplí los cincuenta.

Puedo hacer una línea de conocimiento de lo que es mi vida en la que observo mi propia tendencia, pues, de ser casi un buen cristiano, como lo era, he pasado a ser un agnóstico pues comprendí que lo único cierto y real es la naturaleza y sus manifestaciones.

Ciertamente siempre me quedará la duda de lo que me sucedió con apenas unos tres o cuatro años, pues estaba muy ligado afectivamente a cierta persona que trabajaba ayudando en casa, y por motivo de hacer su propia vida se fué, lo cual me causó un gran quebranto personal, pues ahora veo que me sumí en una depresión tal que hasta, según me cuentan, me negaba a comer y, creo que me retrasó en mi evolución personal generando una falta de aceptación de la realidad y exteriorizando todo tipo de somatismos desde la incontinencia urinaria, fecal, pesadillas y mi silencio exterior pero las continuas conversaciones con mi amigo interior, que eso si que lo recuerdo, junto con todo el malestar que aquello me generaba, hasta un cierto aislamiento selectivo y una infatigable imaginación, abriéndome sólo a relaciones más íntimas y me cerraba a las más genéricas. La única sensación que recuerdo de todo aquel tiempo es de ir y venir porque me llevaban y traían a éste o a aquel lugar, el “tener que hacer” para que “no me castigaran”, y, curiosamente, el intentar “hacer las cosas bien por adelantado” con el fin de obtener “reconocimiento social”, pero, no tengo recuerdos mucho más concretos de todo aquello. Considero que esto es otro punto importante en mi vida desde el que todo lo demás se puede comprender mejor. Pero, fuera de todo sentimentalismo, al menos, hay que tenerlo en cuenta.

Bueno, volviendo a la idea, comprendo que en el transcurso de la vida el pensamiento de uno puede cambiar, al menos cambiará en la intencionalidad de tenerlo, me refiero a que a uno le van inculcando determinados conceptos pero llega un momento en el que hay que validarlo, y de no servir, podrá devenir una crisis en la que todo se tambalee, porque son los cimientos del propio convencimiento los que faltan.

Obviamente, habrá quien esos cimientos los acepte durante toda su vida y no sienta dichos temblores personales muy fuertes, pero llegará un momento en el que deberá aceptarlos como propios para seguir adelante consigo mismo.

Tan válido es aceptar un conocimiento que te haga ser alguien o algo en la sociedad, y dentro de ella lo seas tú, como aquel cuyo convencimiento sea el de fabricarse su propio mundo en base a las experiencias que le vayan surgiendo, sacando consecuencias y conduciéndolas a conclusiones vitales que las justifiquen.

Así pues, he llegado a la conclusión de que me inculcaron toda una serie de expectativas que me han estado pesando a lo largo de mi vida pero agradezco haberlo visto, pues, ahora se que soy de los que necesitan estar convencidos de sí mismos, y para ello he de prescindir de aquellos conocimientos que no sean realmente válidos, y, la verdad es que me libera haber comprendido que mis padres no acertaron conmigo, e incluso que no obraban bien con mi ser, pero no les culpo porque ellos también pasaron por éste proceso y decidieron ser quienes fueron. No obstante, gracias a ellos, estoy aquí y ello no ha hecho más que hacer que yo sea más yo mismo y más sensible a lo íntimo, venga de donde venga.

1 comentario:

  1. Siempre somos más nosotros mismos como dices, por lo que vamos pasando en la vida. Aunque esto soltar a quienes amamos nunca ha sido mi fuerte, ni creo que llegue a ser de otra manera, es como soy; mientras recorría lo que escribes, me preguntaba, si habrá alguna forma de preparar a nuestros hijos, para que nos suelten a nosotros? y creo que no, aunque sepamos que la vida es finita, nunca nos será suficiente el tiempo cuando de amar se trata. Un abrazo enorme David

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