domingo, 11 de junio de 2017

Así es...

Cualquier ser vivo deambula por su contexto durante toda su vida, intentando dar cumplimiento a sus constantes tendencias, y como si de un autómata se tratara, cumple con sus líneas programadas, pues son ellas quienes le marcan lo que hay que hacer en casi cualquier momento, ahora bien, como la realidad es cambiante, en su propio código existe un hueco a la posibilidad de cambio por medio de la experiencia recurrente, dicha realidad se produce de la misma manera que deja una masa de agua fosilizado su lecho, así que termina aportando dichas variaciones en su código, y lo más importante, podrá transmitirlo, lo cual repercutirá en quien recaiga dotándole de una mejor preparación para enfrentarse a ese contexto, al disponer de este aporte como herramienta útil en su vida, que, a su vez, también intentará dar cumplimiento a sus constantes tendencias de manera análoga.

Antes de que ello suceda de manera tan indeleble, acaece el aprendizaje conductual, lo cual no es más que un recordar situaciones en aras a su resolución, y tras haberlo repetido con recurrencia, permanecer como una variable que se repite muy frecuentemente, convirtiéndose en una nueva constante de esa realidad, que para que permanezca como tal, deberá incidir en su comportamiento a través del pensamiento.

Negociación, sentimiento y transmisión, son las tres actividades que a cualquier ser vivo nos ocupa todo el día, y si alguno de ellos falta, la vida se vuelve algo deprimente, así que en cualquier situación no podemos dejar de apuntar, cuan sabueso de caza, hacia la pieza que ha de ser acometida, bien con estrategia, bien con acercamiento afectivo o bien por cuestión de transmisión futura, aunque lo normal es que coexistan en alguna dosis en cada acción, sólo que no a partes iguales, pues la finalidad es, y será siempre, salir airoso de la misma.

A estas tres se reducen esencialmente las acciones, y en ellas se basan las características de cada cual, pues en algunos predominará un aspecto más que en otro, pero, claro está, la experiencia vital les aportará un conocimiento que a priori no tienen.

Política, o negociación o estrategia es lo que hace que un ser se asocie a otros, de la misma especie o de otras, con el fin de conseguir un intercambio de intereses, y de ello, ambas partes salir, de alguna manera, beneficiadas para el desenvolvimiento habitual de las vidas conjuntas en los aspectos convenidos. Hablamos de obediencia, de normas, de intercambios interesados, de moral, de leyes, en definitiva, de comportamientos reconocidos y aprobados que someten a los implicados a un contexto particular, incluso que modifica el devenir natural.

Afecto, sentimiento, necesidades… son la parte de los seres que, obedeciendo a ese conocimiento innato del que están dotados, es capaz de anticiparse a situaciones que pondrían en riesgo o peligro a la individualidad. Dicho conocimiento se presupone mediante dos vías, por un lado el instintivo y por el otro el adquirido, donde interviene el proceso del pensamiento.

Ambas tienen en común de requerir de la facultad de almacenar en una memoria, por un lado las situaciones que han de ser reconocidas, y en otra memoria el comportamiento asociado a ello.

En el caso del comportamiento instintivo, ambas han sido procesadas y almacenadas bien en su genética, y en el caso del comportamiento aprendido, a través del pensamiento.

 En cualquier caso, de ello se genera un movimiento que será considerado como el más oportuno, bien sea por ser el primero en dar un resultado, o, por ser estimado como más favorecedor de entre los que conozca, y siempre con el fin de intentar terminar con algún grado de bienestar.

Con los sentimientos estamos hablando de que a través de ellos se percibe cómo es la realidad, de cómo hay que defenderse de ella, y de que se hace satisfaciendo necesidades que se perciben como una especie de dolencias, incomodidades, dependencias, etcétera, en mayor o menor intensidad, de cuya satisfacción depende la integridad del individuo.

 Por último, el sexo, la reproducción o la transmisión, son las actuaciones necesarias para que la información de la que dispone el ser, pueda serle útil a otros , bien por medios automáticos a través de la genética o bien por los emanados de la experiencia como aprendizaje cognitivo, a fin de que el ser venidero pueda desempeñar un papel más protegido por éste conocimiento en el contexto en el que ha de desenvolverse.

Ésto no implica que dicho conocimiento sea eterno ni que sirva en cualquier contexto, e incluso que le sea de verdadera utilidad en el presente, sino que es transmitido a un nuevo ser que del precedente tendrá alguna repercusión futura. Qué duda cabe que, el individuo que adquiere ese conocimiento lo utilizará y comprobará su utilidad, pero su misión quedará impresa en las acciones que otros sean capaces de reproducir mediante la transmisión, y así, beneficia a un número mayor de seres en esos contextos.

Digamos que estas tres características no son ni elegibles ni seleccionables ni apetecidas ni controlables,  sino que, en el proceso natural, actúan por sí solas, ya que están implicadas en el comportamiento de los seres hasta el punto de que ellos son así porque tienen esas características en esas proporciones, gracias a lo cual,  existirán similitudes en todos los comportamientos de los seres naturales, aunque sean de especies distintas, y además, ninguno puede hacer otra cosa distinta de la natural.

Si nos fijamos en una invasión de bacterias o virus, veremos que su misión es alimentarse, crecer y multiplicarse por todo el individuo en el que están, pues encuentran allí el sustento necesario para hacerlo, y, a poco que quede suplida su necesidad de alimento, su política es ser en el mayor número posible sin importar para nada el futuro, de forma que incluso no saben de vida ni muerte, sólo saben ser ellos mismos, y eso es lo que hacen y harán siempre. Tras millones de reproducciones en ese contexto, se producirán las modificaciones naturales, individuo a individuo, que dicho contexto les imprima antes de que llegue el momento en el que el anfitrión fallezca por no poder soportar dicha invasión, y tras ello los invasores también perezcan al no tener sustento, pero, huésped y anfitrión habrán cumplido con todas sus premisas y finalidades, lo que suceda después no importa porque el hecho natural no les ha dotado de previsión futura más allá de su posible adaptación al medio.

Tal es así que hay especies que conviven en equilibrio unas con otras, valiéndose unas de otras mientras obedezcan unos límites naturales que les permitan permanecer, lo cual es puesto constantemente a prueba y transmitido a su descendencia con el fin de que dichos pactos estén actualizados en ellos, e incluso mejorados según la experiencia de sus progenitores.

También hay seres que aprenden a rehacerse después de una devastación, resurgiendo de una sequía, de un incendio o una inundación, etcétera. También los hay que al no tener competidor tienden a ser una gigantesca versión de sí mismos, de manera que para subsistir se ponen a sí mismos en peligro por la cantidad de condicionantes que precisan para permanecer, o, por contra, los hay tan pequeños y solitarios que parece increíble que no desaparezcan.

Siempre existen esos dos tipos de conocimientos y en ningún caso son conscientes del mal o del bien que están realizando, sino que en el conjunto de equilibrios entre especies se establece su sostenibilidad. Para ellos, lo único que existe son ellos en cada individualidad, y usan de su entorno sin cuidado ni mayor compromiso que el innato o aprendido para su beneficio natural, bien sea construyendo embalses, o almacenando comida, o matando instintivamente incluso sin hambre, o destrozando el mismo medio del que se nutren y en el que se desarrollan, etcétera.

La conjunción de estos conocimientos dan lugar a lo que conocemos de la naturaleza viva en variedad y cantidad, e incluso pasada o en la que podemos imaginar que será en el futuro.

En definitiva, siempre hay un aprendizaje tácito (pensamiento) y otro implícito (genética), cuya finalidad es continuar existiendo en el contexto en el que se encuentran, y está en constante evolución, es más, es la evolución natural necesaria para que puedan permanecer en el contexto, actualizándose a los cambios, y en todo este proceso natural, no importa la forma y estado en el que uno está ni de la que proviene, sino que uno está para que la siguiente pueda continuar, al menos, es la premisa que parece desprenderse de la naturaleza.

Bien es cierto que cada ser dispone de un tiempo de vida en la que debe desempeñar cuanto de potencial lleve, y a ello añadirle su propio granito de arena en aras a esa generación en la que repercutirá con su transmisión, pero, en el caso de desaparecer la especie y no poderse beneficiar de transmisión alguna, la naturaleza se reajusta y ese hueco lo ocuparán las transmisiones contractuales que estaban repercutidas por ella, que al desaparecer, tendrán un desarrollo como especie distinto.

Tras ello, la naturaleza continuará sin esa especie a la que había dotado de sentimientos, ternuras familiares y sociales, pasiones, necesidades, instintos, e incluso de intelectualidad reflejada en sus acciones motivadas por el pensamiento, que le hacía mirar y reconocer la belleza y la fealdad, pues, corría a esconderse ante un peligro, o era él el peligro que se agazapaba para alimentarse, y todo ello para transmitirlo a otras generaciones consiguiendo que estuvieran mejor adaptadas y pudieran vivir mejor, y por último, aquellos pactos a los que llegaba con otras especies, o incluso entre facciones de ellos mismos, que les permitía una convivencia que superaba los límites naturales de ambos…

Entonces, la naturaleza, continuará su camino, pues quizá no les dotó de capacidades suficientes de cambiar su percepción por otra que permita una mayor y mejor continuidad natural, y prescindirá de ellos sin acritud ni pesar, ya que toda ella es todo lo que de ella surge, y lo es hasta que ello mismo se aniquile.

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