viernes, 1 de mayo de 2015

¿ Quién nos enseña a ser seres humanos ?

Y quizá el ser humano actual no difiere en (absolutamente) nada de aquel primer ser del que podamos atrevernos a decir que era un “ser humano”.

Quizá él, como cualquiera de los nosotros actuales, pasados y futuros, viviera inmerso en un mundo que le motivaba ora por sus necesidades básicas ora por sus otras necesidades menos básicas.

Quizá, sólo entendiera su mundo por las sensaciones, unas puramente físicas otras más intelectivas, pero siempre intentando conseguir un balance satisfactorio entre todas sus experiencias y, quizá, atisbara que ese otro mundo que percibía desde su corporalidad ya le hacía sentirse de alguna inexplicable manera, preso de su realidad.

Quizá, creyera que cada momento de su cada día debiera arrojar una sensación interior en la cual uno se sintiera entre cómodo y satisfecho, donde la seguridad de poder continuar se estableciera como lo primordial en su vida, aunque para ello tuviera que arriesgarla, siempre como último recurso.

Como digo, creo que si somos seres humanos es porque somos conscientes de todo esto, e, independientemente del nivel cultural de cada cual, lo llevamos tan dentro que, creo, es reconocida como base de dignidad humana.

Con el paso del tiempo, la sociabilización nos ha conducido a vivir en un mundo extranatural donde el aparente, y real, control de la naturaleza conlleva supuestos avances, en verdad reales, donde, (ya parece así), lo que molesta de la vida humana es la naturaleza, y en ese arrogante inconformismo vital, casi que para nosotros es así, la leche lo dan los envases, que la pasta de dientes es un producto natural contenido en una vaina de plástico llamada tubo, que el tacto más natural que utilizamos diariamente se llama polímero (plástico) y que lo importante de todo no es lo que lo produce ni como ni su coste sino la sensación que nos debe quedar después de usarlo; alegría, plenitud, tranquilidad...

Quizá, seamos seres humanos porque queremos, de una forma consciente y voluntaria, lo que deseamos, pero también porque no contemplamos la eternidad en la negación, pues bien sabemos que en ella se da la temporalidad más que la eternidad, a quien si se la asignamos.

Quizá dejáramos de ser sólo animales cuando ésta semilla germinó dentro de nosotros y, desde entonces, todo son avances, descubrimientos, logros y proyectos que contienen ese mismo germen.

Pero no hemos dejado de ser animales, por mucho que se empiece a hablar de transplantes de cuerpos completos o casi, somos unos animales cuyas capacidades nos hacen comprender que somos animales y, eso... duele.

¿ Será posible que todo lo que cada cual ha conseguido en su vida se pierda para uno mismo con la muerte ? Indiscutiblemente, así es, aunque bien es cierto que algo permanecerá como transmisión, legado o herencia hacia los que queden, bien por ser los que le querían o tan sólo conocían o por ser beneficiados universales, pero, incluso en todas las civilizaciones que creían en que la vida era algo increíble, y que después de ella devendría algo inimaginable, donde el dolor, la inseguridad y la necesidad no tendrían cabida alcanzando el sumum de la realización personal tras la muerte... incluso ellos creían en algo más ...


Si echamos una mirada a las necrópolis, los sarcófagos, los restos de embalsamamientos, las crueles fosas comunes, los congelamientos y fósiles, o, simplemente, visitamos los almacenes donde se conservan los cuerpos donados a la ciencia… comprendemos que aquello, en realidad, permanece en esta vida, y, que todo está sometido a los procesos naturales, tal y como cuando eran materia viva, pero, tras superar muchos prejuicios, lo descubrimos como lo que en realidad fueron en vida, unos seres naturales como tu y como yo, sometidos a las tendencias vitales pero pertrechados por su momento histórico, gracias a lo cual podemos comprender la cultura que regía sus vidas. Aunque nos quedará un vacío porque para nosotros la vida es sentimiento, relación, emoción, pasión y todo como una incesante necesidad que conduce a llenarse de experiencias intensas y es por ello que nos cuesta aceptar que no haya nada tras la muerte.

Creo que hasta que el ser humano no se de cuenta de que la vida es lo que se vive y nada más, y que la vida de un ser humano contiene un imparable germen que le hará permanecer, y que es por eso por lo que todos vivimos tan intensamente ese “querer más”, creo que hasta que no nos demos cuenta de nuestra naturalidad, seguiremos inventando oportunistas culturas cuya única finalidad va a ser la de controlar con quimeras, económicas-políticas-espirituales, “al todo” para conseguir un real beneficio de muy pocos, es decir que ese “querer más” esté al alcance de muy pocos, los cabezas de las mismas, aunque, eso sí, quizá requiera de un necesario beneficio de los súbditos coetáneos para que les consigan su necesario enaltecimiento según su implantada interesada cultura.

En realidad, yo opino que, ese germen está implícito en la propia naturaleza, que lo encontramos en todo aquello que tiene que ver con la transmisión, bien como evolución bien como mezcla o fusión. Se observa en la naturaleza que todo contiene ese germen, como ejemplo me fijo que a nivel cromosomático (pido perdón por mi atrevimiento), pero son más duraderos, estables y transmitibles los genes mediante la unión entre orígenes distintos de una misma especie, así, el ser resultante estará “mejor preparado” para sobrevivir en ese natural ambiente de acuciantes necesidades y, quizá, también será más apropiado para producir mejores transmisiones.

Si la vida en sí misma enseña algo es que su finalidad es continuar y lo hace a través de la adaptación continua y ésta se beneficia de otras experiencias compatibles, gracias a las cuales, mediante la mezcla de compatibilidades, queda mejor preparada para el siguiente paso… continuar estando mejor preparada y con cada paso, indiscriminadamente, beneficia a todos los seres futuros.

Me maravilla la transmisión natural de las especies, me centraré en una en concreto, y es en el cómo una osa va enseñando a sus oseznos a reconocer los alimentos, rimero los olisquea para que sus oseznos los vean, después los introduce en su boca y exhala su aliento mezclado de los fluidos y aromas del mismo hacia el hocico de sus crías, transmitiéndoles así ese olor y, de ésta manera, enseñándoles a comer como  osos.

Y ante todo ésto termino…. Somos individuos adiestradamente sociabilizados, y raro es quien no sabe qué pose, gesto, ademán o contestación dar ante casi cualquier situación, o someterse a grandes sensaciones y, confiadamente, utilizamos cuantos medios y recursos nos ponen en nuestras manos como beneficio necesario, aunque posteriormente nos culpabilizan por haberlo hecho y... cada día estamos más determinados en nuestras acciones por temores globales y... sin fumar que es muy malo pero...

¿ Quién nos enseña a ser seres humanos ?


La extinción del ser humano...

¿Cuántas veces se ha extinguido el ser humano? en mi opinión, tantas como pueblos, culturas y civilizaciones hayan desaparecido pues...

Todos nacemos en un momento histórico que nos impone sus límites y nos desarrollamos en la concreta evolución producida por interacción entre todas las vidas pasadas dando sentido a un presente que justificará un futuro.

Se dan limitaciones morales, conductuales e intelectuales que nos califican dentro del conjunto, de manera que aquellos que no siguen esas pautas son marcados como a-morales, in-morales, herejes, traidores, ácratas, apóstasas, etc.

Como es natural, cada cual “cae” en un ambiente familiar definido por la facilidad de encontrar los elementos necesarios para vivir y, posteriormente, desarrollarse. Hablamos de sistemas de clases sociales o de castas, o… en fin, cada sociedad lo llamará a su manera. Dentro de ese conjunto social, cada cual tenderá a, o querrá ocupar un puesto social u otro según la apetencia y aptitudes personales, de ahí se concretará la repercusión que uno va a tener dentro del grupo.

Qué duda cabe que así es como el individuo encuentra su “qué hacer diario” y en ello, un “reconocimiento” social que le planifica y ubica dentro de su entramado. Estar fuera de ello es invocar sensaciones provenientes del desamparo y desazón quizá porque uno siente su inutilidad al no poder desarrollarse como ese “ser” social que “tiene que ...” para poder conseguir ese... “mínimo” para vivir y ese… “ser algo”.

En fin, básicamente, cada cual pasa su vida obedeciendo a esas normas morales, naturales y sociales con las que se está comparando constantemente para saber la posición que ocupa dentro de su tela de araña, y, lo cerca o lejos que está de sentirse devorado por esa araña que se llama juicio, tanto personal como social como moral, pues son estos tres los que atemperan los comportamientos de quienes consideran que eso es lo correcto, que normalmente somos la mayoría de los individuos.

Tras toda esa vida, quedará un recuerdo a modo de repercusión de cada persona sobre esos elementos de juicio que le han estado limitando toda su vida, y, mientras se utilice su aportación, estarán vivos de alguna manera. Quizá sólo quede una lápida de mármol que una vez estuvo reluciente y engalanada de flores y lágrimas en algún cementerio, o un recuerdo evocado al coincidir circunstancias similares a aquello que uno sintió en el pasado, o, una usabilidad práctica a modo de invención como un utensilio, herramienta, o pensamiento que nos ayuda actualmente a comprender o dar sentido a la vida diaria, … en fin, todos sabemos que “esa trascendencia de cada cual” es lo que permanece y en ello, creemos que la muerte es a la vida lo que la dignidad para un gusano, es decir, ver si cuando el gusano se coma la carne aún queda algo, y es por eso que se pone tanto énfasis en lo relacionado con la muerte, al menos desde que somos capaces de retrotraernos en el tiempo en cuanto a los rituales funerarios.

Llama la atención que no hay cultura que no encuentre en estas palabras desasosiego, pues, como seres naturales que somos, el mundo de los sentimientos y el pensamiento nos conducen hacia movimientos socio-culturales concretos a modo de rituales cuando un ser querido muere, pues tienden a dar cabida a la significación afectiva y social hacia el ser difunto, nos hacen comprender que aquello es una “pérdida para nosotros” y que esa es la mejor manera de despedida, siempre tan hiriente, pero sentimos y sabemos que esa persona dejará de interactuar con todo ese bien y esperanza que es la vida.

Cada cultura inventa, quiero creer que desde la sinceridad, una creencia sobre la trascendencia tras la muerte, porque de lo contrario ni tiene sentido la tristeza visto desde la razón ni tiene sentido la esperanza visto desde el sentimiento, así que… “tiene que existir algo más” por lo cual y hacia lo cual “se viva” y eso es lo que cada cultura nombrará y, desde entonces, generará todo un mundo artificial que servirá de cuarto elevado elemento de juicio a la hora de controlar a los individuos en sus comportamientos.

Cada sociedad, cada cultura, en definitiva, cada mundo espiritual, hará del momento de la muerte un acto tan importante para los vivos como para que no se desvíen en sus intenciones particulares, y el ritual sirva como antesala de la trascendencia, así los enterramientos concretan esas importancias trascendentales a través de los tipos de rituales funerarios.

Pero, cada vez que se encuentra un hallazgo de necrópolis, por muy cuidada que fuera la puesta en escena, lo único que se sabe es que aquello es un conjunto de huesos y, con suerte, cueros curtidos de pieles humanas, y se concluye en que eran gentes que creían que después de la muerte física había algo más, pero siglos después, comprobamos que ese algo no existe ya que nada de lo encontrado en sus cámaras mortuorias, fastuosas o sencillas, sirvió para los fines que su cultura creía como valor verdadero sin el cual la vida no tenía sentido.

Ciertamente, se comprende fácilmente que, antes como ahora, todo lo que rodea a la “dignidad de la muerte” es una escenificación de la importancia que el difunto tenía, o debiera tener, para sus seres cercanos, bien por la ligadura afectiva bien por su repercusión social, pero nada apunta a que esos enseres o animales o personas que acompañan al difunto hayan trascendido más allá de la degradación física temporal, porque, en realidad, nada de lo que hay en la tierra apunta a nada proveniente de deidades ni a otra vida que no sea la propia natural, aunque, sí queda claro que al ser humano le gusta creer en cosas increíbles antes que en su mera democrática naturalidad, pues de esa manera es capaz de desarrollar un mundo mucho más “ego-satisfactorio y ego-placentero”, para unos más que para otros, que el obligado por la naturaleza.

Tras todo este pensamiento, que probablemente otros lo tuvieran antes y mejor que yo, concluyo con la idea de que la persona debe centrarse en desarrollar su pensamiento y su sentimiento en armonía con el entorno en que que viene dada su vida, y esforzarse en crear sistemas que contengan a estos tres como únicos juicios reales y verdaderos, y, que sean los que rememoren las acciones de las personas en sus actos funerarios, dándole así su trascendencia, incluso, al bocado del gusano.

Para terminar, enlazar con la pregunta inicial, si el ser humano es su civilización… ¿Cuántas veces nos tenemos que extinguir para darnos cuenta de lo que es la vida?